Vivimos en una cultura que mira mucho, pero que siente poco. Todo pasa por los ojos -pantallas, prisas, imágenes fugaces- y, sin darnos cuenta, vamos dejando de relacionarnos con el mundo a través del resto de nuestros sentidos, esos que nos ayudan a anclarnos en el momento presente.
Ahora, a las puertas del invierno, cuando parece que “ya no toca” pensar en plantas porque el jardín duerme, quiero descubriros justo lo contrario. Al tocar las plantas -un gesto que practico a menudo para estimular la sensibilidad perdida en mis dedos por el síndrome de Raynaud’s- encuentro una calma silenciosa, y la conexión con ellas se vuelve profundamente real.
Como Eva HappyVerde, optimista incurable y amante de las plantas en maceta, quiero rendir homenaje a un sentido que a menudo olvidamos en jardinería y en la vida: el tacto.
Porque estoy redescubriendo que tocar nuestras plantas es tocarnos delicadamente también a nosotros mismos. Es un acto de autocuidado que nos devuelve al presente y abre un canal de conexión íntima con lo vivo.
¿Te animas a darme la mano y acompañarme en esta pequeña exploración por la calidad textural de nuestras plantas más cercanas, las de maceta?
La Jardinería Terapéutica: el Tacto como Herramienta para Sanar, Acompañar y Transformar
En jardinería terapéutica sabemos que el tacto no es un añadido en nuestras sesiones: es un recurso esencial. La evidencia científica demuestra que la estimulación táctil suave activa circuitos de calma, regula la respiración, reduce la respuesta de estrés y mejora la sensación de seguridad interna. Y cuando esta estimulación se produce a través de las plantas -con toda su riqueza de texturas-, del sustrato y de otros materiales naturales, el efecto es aún más profundo.
Por eso, en mis programas de jardinería terapéutica y bienestar -con personas mayores, adultas e incluso adolescentes- el trabajo con las manos es un paso imprescindible. El tacto, además de abrir una vía directa hacia la presencia (como os cuento después), también nos conecta con la confianza: confianza en uno mismo, en las propias capacidades y en la relación con lo vivo.
Y es que tocar plantas puede convertirse en una experiencia enormemente gratificante. Nos ofrece algo que pocas actividades tienen:
una combinación única de estimulación sensorial, significado emocional y sensación de logro.
Además, la textura de las plantas permanece a lo largo del año y de su vida -siempre disponible para ser sentida- mientras que sus fragancias, ligadas normalmente a la floración, aparecen y desaparecen.

- Hundir los dedos en un sustrato bien preparado -con su humedad, temperatura y consistencia- ofrece una experiencia sensorial rica, accesible y que a menudo nos reconecta con sensaciones de la infancia.
- Acariciar follajes suaves, firmes o ligeramente rugosos despierta curiosidad y activa la percepción fina.
- Realizar tareas sencillas de cuidado de las plantas -como limpiar hojas, despuntar flores, plantar un esqueje o preparar sustrato- fomenta autoestima, autonomía y sensación de utilidad, especialmente valiosa en personas mayores.
Por todo ello afirmo que el tacto es un puente terapéutico universal: permite conectar con la planta, con el grupo y con uno mismo. Este acercamiento crea, además, un espacio donde las personas pueden descubrir que todavía pueden cuidar, crear y sentir.
El Tacto como Puerta a la Presencia
Aunque el tacto tiene beneficios terapéuticos claros, también es, ante todo, una forma sencilla de volver al momento presente. La vista atrae, pero el tacto ancla. Cuando acariciamos una hoja, cuando sentimos la humedad del sustrato o el borde de una textura rugosa, algo en el cuerpo se calma y el saboreo del momento lo llena todo.
El tacto no requiere técnica ni palabras. En mis actividades lo observo cada día: una persona con Alzheimer hunde los dedos en una tierra fresca, con toques fragantes de bosque húmedo, y su respiración cambia al evocar recuerdos de su juventud; un adolescente con un trastorno de la conducta alimentaria vuelve a sentir curiosidad y autocuidado gracias a la suavidad aterciopelada de un follaje -como el de la ‘planta panda’ (Kalanchoe tomentosa)-, y descubre que puede concentrarse sin esfuerzo en algo distinto a su cuerpo.
Un adulto con ansiedad reduce su agitación simplemente siguiendo, con sus manos, el gesto repetido de llenar de tierra una maceta.
Y, sin duda, para mí el tacto tiene un significado especial. Convivo con el síndrome de Raynaud’s, que disminuye progresivamente la sensibilidad en mis dedos, así que trabajar conscientemente con la riqueza de texturas de mis plantas forma parte de mi propio autocuidado y de mi rehabilitación sensorial. Tocar plantas me ayuda a relajar mi cuerpo incluso en los días más fríos, cuando siento menos.
Como compartía en mi artículo “El placer de cuidar de tus plantas de interior en invierno”, es precisamente en esta época del año cuando más me permito detenerme y disfrutar de ellas. Ahora, con un ritmo de crecimiento más lento, necesitan menos agua y menos nutrientes, y eso me invita a observarlas con calma… y sobre todo a sentirlas.
La Riqueza Táctil de las Plantas: un Universo Sensorial para Aprender y Disfrutar

Si algo me apasiona de trabajar como terapeuta hortícola es que, cuando una persona empieza a tocar plantas con más atención, descubre un mundo completamente nuevo. La textura no es solo una sensación agradable: es información botánica que nos ayuda a entender sus necesidades y a cuidarlas mejor.
Mirar -y también tocar- es aprender a “leer” a las plantas… y además una forma preciosa de disfrutar con ellas. Ese conocimiento nos acerca más a nuestro pequeño mundo vegetal.
A continuación, te comparto algunas de mis “familias táctiles” favoritas y lo que cada una puede enseñarnos sobre las plantas que tenemos en casa.
Texturas suaves y aterciopeladas:
Plantas como Tradescantia sillamontana, la violeta africana (Saintpaulia), la planta terciopelo (Gynura aurantiaca) o el coleo (Coleus scutellarioides) desarrollan pelitos finos llamados tricomas, que las protegen del frío, regulan la luz y evitan la deshidratación.
Nos enseñan que: agradecen luz suave, riegos moderados y ambientes no muy secos. Conviene evitar mojar directamente sus hojas, ya que los tricomas retienen humedad.
Son plantas perfectas para actividades táctiles con personas mayores o niños: suaves, seguras y siempre agradables.
Texturas rugosas, nerviadas o con relieve:
Hojas como las de Begonias rex, la oreja de elefante (Alocasia amazonica) o la Peperomia caperata presentan nervaduras marcadas y relieves que se perciben directamente al tacto.
Nos enseñan que: suelen ser plantas rústicas y resistentes, perfectas para principiantes, y que agradecen pequeños pellizcos de brotes para favorecer la ramificación.
Sus relieves despiertan la curiosidad y estimulan la motricidad fina, algo que observo constantemente en talleres con personas mayores.
Texturas cerosas o firmes:
Las suculentas (Echeveria, Haworthia, Crassula, Sedum) y plantas como la flor de cera (Hoya carnosa) o el Ficus elastica tienen hojas gruesas con una cutícula cerosa que les permite almacenar agua y soportar ambientes secos.
Nos enseñan que: necesitan sustratos muy drenantes y riegos espaciados, dejando secar bien el sustrato entre riegos.
Su firmeza, lisura y sensación ligeramente fría nos ayudan a distinguir entre humedad, temperatura y consistencia, una experiencia táctil muy útil en actividades sensoriales.
Bordes que ‘hablan’:
Hojas dentadas, onduladas, lobuladas o enteras ofrecen un auténtico festín para el tacto: Begonia rex, Monstera deliciosa, arces japoneses…
Incluso la disposición de las hojas en el tallo puede regalarnos un pequeño masaje en las manos al acariciar plantas como la rosario (Senecio rowleyanus), Sedum burrito (Sedum morganiaum) o el esquinanto (Aeschynanthus radicans).
Texturas especiales y originales:

Algunas texturas resultan especialmente llamativas:
- Hojas ligeramente pegajosas (ciertas salvias y pelargonios).
- Superficies blanquecinas o polvorientas (Echeveria ‘Snow’, Kalanchoe pumila).
- Tricomas densos y plateados (tillandsias o plantas de aire).
- Superficies singulares como los cactus piedra (Lithops).
Nos enseñan que: muchos de estos tactos están asociados a aceites esenciales o capas cerosas protectoras que no debemos retirar. Y nos recuerdan algo fundamental: ¡en la naturaleza nunca es tarde para dejarnos sorprender!
Trucos de Eva HappyVerde para disfrutar de una sesión de Plant-touching en casa
A veces creemos que para conectar con nuestras plantas necesitamos tiempo, espacio o grandes conocimientos. Pero no: el tacto -cuando es consciente, curioso y amable- puede transformar incluso un minuto en una potente práctica de bienestar.
Aquí tienes mi guía sencilla para este invierno:
- Establece la intención de regalarte de una pequeña, pero bien merecida, práctica de autocuidado.
- Elige una planta que te despierte curiosidad o ternura.
- Activa tus manos suavemente: frota las palmas, estira los dedos, respira.
- Explora despacio un borde, el envés de una hoja, la firmeza del tallo, la temperatura del sustrato.
- Hunde los dedos en el sustrato y siente su humedad, textura y densidad.
- Observa qué emoción aparece, sin forzar nada.
- Limpia una hoja con un algodón humedecido o un pincel suave como gesto de autocuidado.
- Cierra la práctica con un “Gracias por este instante”.
Si te ha gustado la experiencia, crea tu propio rincón táctil en casa: una planta aterciopelada, una cerosa, una rugosa y un pequeño puñado de sustrato. Cuatro texturas para una sesión completa de presencia. Y recuerda: ¡terminar con gratitud transforma la práctica!
Ojalá este pequeño recorrido por la riqueza táctil -tan sencilla y a la vez tan terapéutica- del mundo vegetal te anime a redescubrir tus plantas a través del tacto. A detenerte un instante en tu día para sentir cómo una simple caricia sobre una hoja o una flor puede devolvernos al presente, acercarnos más a nuestras plantas… y, como regalo final, acercarnos también a nosotras mismos.


